Archive for enero 2010

La democracia vertical, de Lorenzo Cordero en La Voz de Asturias

27 enero, 2010

El ojo del tigre

Esta democracia de arte y ensayo -inspirada por los mitólogos de la Transición- no fue una idea original de los libretistas que argumentaron la opereta del cambio político de aquel régimen que acaudillaba el general que la Divina Providencia había elegido para salvar a España de la masonería y el comunismo. En realidad, esta entretenida -y entretenedora- democracia de arte y ensayo se tramó utilizando las viejas trovas de la democracia orgánica, convenientemente restauradas. Se trata de un ingenioso instrumento político prácticamente idéntico al que, hasta entonces, habían utilizado los mantenedores de los retóricos juegos florales con los que el Reich español entretenía a los (supuestos) ciudadanos que habían sobrevivido al tsunami del 18 de julio de 1936.

Los viejos dogmas franquistas fueron hábilmente pulimentados para que se adaptaran al nuevo régimen que sustituiría a la antigua tragedia del Movimiento Nacional -representada hasta ese momento en el teatro español- con la moderna comedia costumbrista de una Monarquía reinventada. Para entender cómo funciona esta nueva democracia es imprescindible conocer a fondos sus antecedentes: los principios fundamentales de la democracia orgánica. Que tampoco fueron una idea original de aquel pertinaz general (ísimo), aunque no pueda negársele su condición de líder de la misma; si bien más orgánico que demócrata.

El autor intelectual de la teoría de la democracia orgánica fue Salvador de Madariaga, cuyas tesis políticas sobre la democracia empezaron a ocurrírsele después de haber leído La crisis del humanismo, una de las obras capitales de Ramiro de Maeztu, con quien Madariaga había iniciado la que sería una larga amistad durante la estancia de ambos en Inglaterra.

Enemigo irreconciliable del movimiento obrero -sobre todo, a partir de 1934- para este contradictorio personaje del retablo burgués republicano, la democracia debe discurrir apaciblemente por un cauce de libertades. “Fuera del marxismo y respetando la libertad individual aún en lo económico”. Añadiendo que, siendo así, “seamos demócratas. Si no, no”. Tenía una idea rigurosamente aristocrática de la condición de clase. Quizá, de ahí procedía su tendencia al verticalismo. Así como también las tesis orgánicas que desarrolló en su ensayo político Anarquía o jerarquía.

Sus contradicciones son parte de su biografía, sin las cuales probablemente no se entendería su personalidad. Fue embajador de la II República en Washington y París; diputado en las Cortes Constituyentes de 1931 por el ORGA -partido autonomista gallego de Santiago Casares Quiroga-; en las elecciones de 1933 no se presentaría porque quería dedicarse a la política con independencia de los partidos; lo cual, no le impidió aceptar la cartera de ministro de Instrucción Pública en el Gobierno que presidía Alejandro Lerroux. A Madariaga se le escuchaba decir, con cierta insistencia, que él era un “liberal de nacimiento”. Por consiguiente, un burgués republicano. Sobre todo, un elitista radical al que le molestaban las masas. Despreciaba a los obreros porque se empeñaban en luchar abiertamente por sus intereses. Por su derechos sociales y económicos.

Cuenta en sus memorias (Amanecer sin mediodía ) que conoció al general Franco por mediación de Ramón Prieto Bances. Los tres se reunieron en el comedor del Hotel Nacional (no podía ser menos) para almorzar y hablar de lo divino y humano. Según confirma, el general le había impresionado “por su inteligencia concreta y exacta“. Es decir, quedó impresionado por los aforismos del heroico militar… Unos días después, Madariaga le envió un ejemplar de su obra Anarquía o jerarquía. Libro que también leería Ramón Serrano Suñer, quien, después de aquella lectura -en un momento en el que el cuñadísimo atravesaba una profunda crisis ideológica, según su propia confesión- consiguió encontrar un nuevo camino. Aleluya.

Probablemente, el mismo camino que, después, tendrían que recorrer obligatoriamente los súbditos del general, para llegar a reunirse todos en el corporativismo político que, sin demasiado esfuerzo, se puede descubrir todavía hoy en esta democracia de arte y ensayo, cuyos cimientos son los mismos que los de la democracia orgánica. Aunque parezca mentira.

Lorenzo Cordero. Periodista.

Democracia de arte y ensayo, de Lorenzo Cordero en La Voz de Asturias

20 enero, 2010

El ojo del tigre

En los años de la década de los 60, en el siglo XX, había más motivos que ahora para confiar en que la política activa, en aquel momento, dejaría de ser, a corto plazo, un tabú para los ciudadanos; incluso se podía pensar que las instituciones de gobierno se convertirían en unos funcionales órganos de participación política en vez de ser -como lo eran entonces- instrumentos de poder reservados únicamente para beneficio exclusivo de las élites del régimen. Aquellos años -de los que nos hemos alejado cronológicamente, mas no históricamente- permitieron que atisbáramos algunos fugaces destellos con leves intenciones democratizadoras; los cuales, nos permitían iluminar, en parte, la utópica esperanza que teníamos puesta en un cambio radical del régimen.

Aquella ilusionada perspectiva liberalizadora, que se vislumbraba en el horizonte apenas perceptible de aquel cerrado sistema político, que parecía estar perfectamente blindado contra cualquier contingencia antagónica que pudiera destruirlo o debilitarlo, se acrecentaba a medida que la mítica década prodigiosa de los 60 avanzada en el tiempo, abriéndose camino por entre una serie continuada de sucesos que nos parecían señales de un cambio imparable.

Recordemos, por ejemplo, el llamado Contubernio de Munich (1962), en donde un reducido grupo de notables disidentes del franquismo alzaron la bandera del europeísmo para liderar una oposición al régimen; el brote de la resistencia protagonizada por el movimiento obrero, que tuvo en Asturias unos de sus escenarios privilegiados (1962); la aparición de las encíclicas Mater et Magistra (1961) y Pacem in terris (1963), en las que se defendían los derechos humanos, la libertad de expresión y el derecho de asociación, así como también abrían ventanas al viento libre de las tesis del Concilio Vaticano II; la famosa Ley de Prensa de 1966, con la cual el régimen amagaba con liquidar la larga etapa de la censura previa y el control totalitario de los medios de comunicación, hasta entonces sometidos a la dura ley de 1938, inspirada por las normas del viejo nazismo.

Los 60 fueron un discreto atisbo de libertades y un alivio -duró poco tiempo- para quienes tenían por oficio el ejercicio de la libertad de prensa. Se le abría al periodismo político un resquicio -que, a veces, era una trampa- para que entrara por él una suave brisa que animara a esta ensimismada región a comprometerse con la necesidad de abrir un debate político sobre el Estado y el futuro de las libertades públicas. De aquella época, oscilante entre las sombras del poder omnímodo -y omnívoro- y la centelleante luz que iluminaba el ansia de liberación ideológica, muy pocos son los que conservan el recuerdo de una etapa en la que un reducido grupo de jóvenes periodistas que trabajaban en la pequeña Redacción de este periódico en la calle Gil de Jaz, en Oviedo, iniciaron una lúcida batalla mediática por la democratización de la sociedad asturiana.

LA VOZ DE ASTURIAS, a partir de 1965, fue un periódico que se adelantó a los primeros indicios de una posible prensa democrática y democratizadora, independiente del poder que disfrutaban los oligarcas del régimen; que dio abundantes muestras de su vocación de periódico abierto y crítico con el sistema dominante. Aunque algunos se incomoden, hay que decir que este periódico fue, en solitario, una avanzada de la democracia que parecía estar aguardando a que le abrieran la puerta; fue una plataforma mediática muy activa para quienes reivindicaban la democratización del Estado; fue un campo en donde se experimentaron las primeras pruebas de la necesidad de tener un periodismo claramente comprometido con las libertades, rechazando los maximalismos y obviando las insensateces sin pedigree democrático…

No era la primera vez que arriesgaba incluso su existencia para luchar en favor de la tolerancia y el sentido común. Desde su aparición en el mercado de las ideas (1923) -seis meses antes del golpe de Estado del general Primo de Rivera, que contaba con el beneplácito de Alfonso XIII-, ya había dado pruebas fehacientes de su vocación por las libertades.

Cuatro años después de que La Voz de Asturias liderara aquel solitario compromiso democrático, apareció la revista Asturias Semanal (1969) con su activismo ideológico en favor de las libertades. Ya eran dos voces con el mismo discurso. Pero aquella arriesgada aproximación a un periodismo abierto, libre, crítico, distante del compromiso con el poder, para La Voz duró tan solo veinte años. Hasta que un nuevo muro levantado por los aprendices de la intolerancia -en pleno régimen democrático- volvió a encerrarlo. Al parecer, esta democracia de arte y ensayo, con la que han vestido a la nueva Monarquía sincopada, también es incompatible con un periodismo libre de ataduras partidistas, ponderado en sus expresiones pero implacable con los nuevos oligarcas de la Transición. Conviene saberlo.

Lorenzo Cordero. Periodista.

Los aperturistas, de Lorenzo Cordero en La Voz de Asturias

13 enero, 2010

El ojo del tigre

Hace un cuarto de siglo, cuando el dictador ya había realizado su viaje triunfal hacia el Tribunal de Dios y la Historia -el único que, al parecer, podía exigirle cuentas por su severa conducta con una gran parte del pueblo-, y cuando sus súbditos -los españoles que le sobrevivieron- aun no habían asimilado cabalmente la realidad de la situación en que quedaban, mezclándose los del miedo cerval al cambio con los de la euforia irreflexiva por aquella ausencia, a nadie se le ocurrió pensar que, transcurridas tres décadas más, aquel momento crucial en la vida de los españoles, convenientemente mitologizado, acabaría determinando de nuevo sus vidas. El franquismo -azote bíblico para unos y plácida paz para otros-, acababa de convertirse en un mito ideológico que continuaría marcando el ritmo de la vida nacional.

La épica histórica de la Transición -el fugaz viaje de la dictadura hacia la democracia- acabaría por continuar determinando el modelo de convivencia entre españoles: unos, los buenos, situados a la derecha del hombre providencial elegido para salvar a la Patria; otros, los malos, encadenados a su izquierda…

Los viejos métodos utilizados por la dictadura franquista fueron muy útiles para conseguir el desmantelamiento suave de la misma. En este sentido, ocurrió lo mismo que les pasó a los soviéticos cuando decidieron liquidar el sistema estalinista: usaron al estalinismo como método ideal para acabar con él mismo. Sin embargo, en el caso de la URSS hubo algunas voces que se pronunciaron planteando la necesidad de rechazar ese método para que el desmantelamiento del estalinismo fuera auténtico. La historia real del saneamiento ideológico llevado a cabo en la URSS -al final de un tiempo marcado por las dictaduras europeas: Italia, Alemania, España…- no se repitió en nuestro caso. No hubo ni una sola voz que cuestionara el método elegido para provocar el cambio lampedusiano de la dictadura de España.

Más de treinta años después de aquel mítico fenómeno político, conocido como la Transición, si alguien tuviera la osadía de decir que el régimen cívicomilitar del 18 de Julio había sido liquidado mediante el uso de métodos específicamente franquistas, lo más probable es que sobre él se desplomara toda la aparatosa tramoya política de aquel inolvidable sistema orgánico que sustentaba la bóveda del casticismo españolista.

No digamos lo que le hubiera ocurrido si, además, el osado crítico de la mitología de la Transición decidiera añadir que, para garantizar la autenticidad de ese cambio era necesario romper definitivamente con los métodos franquistas. La sombra de aquel personaje, que protagonizó la tragedia griega de la Guerra Civil, oscureció definitivamente el luminoso paisaje democrático que intentaba institucionalizar la República. Franco, en un momento concreto de la Historia Sagrada de España, había encandilado a la aristocracia agropecuaria; fascinado a la burguesía que creía que las espadas siempre son triunfos, y magnetizado a una masocracia cuya vocación consistía en ejercer funciones de burguesía… Ese esotérico magnetismo político aún no ha desaparecido del todo. Con lo cual, aquí se ha rizado el rizo de la Transición: franquismo y democracia se complementan.

No es verdad que la Transición significó la erradicación definitiva del Movimiento Nacional –Suma Ontológica de aquel régimen-, sino una dulce metamorfosis que le permitió sobrevivir frente a la democracia a medio cocer que nos han puesto sobre la mesa.

Treinta y cinco años -tres décadas y media- después de su ascensión al limbo de la Historia, el recuerdo de Franco sigue determinando las líneas maestras de aquello que sus ideólogos llamaron aperturismo; el cual no consistía en la sustitución del sistema franquista por otro antagónico. Lo dejó bien claro un ministro secretario general del Movimiento (José Utrera Molina) con un discurso sobre el desarrollo político, pronunciado ante el Consejo Nacional del Movimiento -vivero de aperturistas– al presentar un documento base sobre desarrollo político, el 22 de julio de 1974: “Hay un tema que está en todos los labios: apertura (…) Pero la apertura, para nosotros, no puede ser otra cosa que un proceso que culmine, al nivel del tiempo que hemos alcanzado, los ideales germinadores del 18 de julio de 1936 (…) La apertura, pues, ha de hacerse hacia adelante, desde nosotros mismos hacia el futuro…“.

En ese compromiso sigue trabajando don José María Aznar.

Lorenzo Cordero. Periodista.

Simplicidad democratica, de Lorenzo Cordero en La Voz de Asturias

6 enero, 2010

El ojo del tigre

Si el miedo al paro y a la crisis económica no les permite a los españoles dormir con sosiego, tampoco los partidos y los políticos les ayudan a serenar sus inquietudes. Estas son, al parecer, las conclusiones más preocupantes que, al parecer, acabar de descubrir los investigadores del actual mercado de las ideas. Sondear a la opinión pública para, después, explicarle a ella misma cuáles son las causas de su desasosiego social, es algo que se ideó en la primera mitad del siglo XX. Concretamente, en 1936, por un norteamericano llamado George Gallup, quien, posteriormente, fundaría el famoso Instituto Gallup. A partir de entonces, los sondeos públicos son las matemáticas del poder político. Pero no como ciencia exacta, sino como mera hipótesis coyuntural.

Cuenta Eric Hobsbawn, en su Historia del siglo XX, que, en 1939, a la pregunta de quién preferirían que fuera el vencedor en el caso de una guerra entre la Alemania de Hitler y la URSS de Stalin, el 83 por ciento de los norteamericanos respondieron que los soviéticos; tan solo un 17 por ciento optó por la victoria nazi. Este es un buen ejemplo para empezar a dudar del valor de las encuestas cuando son utilizadas como elementos básicos para apoyar determinadas apuestas políticas como resoluciones definitivas. Sin embargo, setenta y cuatro años después, los sondeos, las encuestas y los cálculos porcentuales -a pesar de su relatividad- son instrumentos indispensables para que el poder político justifique sus decisiones. Incluso, sus errores…

Así como en la llamada burbuja inmobiliaria está el origen de la llamada crisis económica que arrasa al mundo occidental, en este santo país -que, curiosamente, es en el que moraba el gran Centinela de Occidente– el pánico social que genera la desconfianza en los políticos y en los partidos, es la consecuencia de la explosión de otra fabulosa burbuja : la de la democracia inorgánica .

Después de cuarenta años de celosa pedagogía antidemocrática, es imposible -y, además, increíble- que la cultura democrática haya conseguido imponer sus principios de la noche a la mañana. Y mucho menos cuando se trata de un país en el que el instinto político supera a la inteligencia analítica. Los sondeos sirven para alimentar ese instinto; pero los análisis serenos y bien ponderados no les sirven a quienes siempre tienen prisa. Las prisas de los políticos son la causa de que en este país no haya anidado la reflexión política. Y esta ausencia se nota mucho y cada vez se hace más necesaria. Con lo cual, el lenguaje político es cada vez más simple.

Aquí, los políticos se han pasado las tres últimas décadas simplificándolo todo: la historia, la democracia, el poder, la ciudadanía… A la historia, para dejarla reducida a un increíble cuento de hadas; a la democracia, para disminuirla hasta confundirla con un trámite burocrático; al poder, para ejercerlo como siempre: de arriba a abajo; a la ciudadanía, para utilizarla como un coro…

A punto de concluir la primera década del siglo XXI, nos damos cuenta de que casi estamos en el mismo sitio en el que estábamos -o en el que nos tenían atrapados- en 1976: entre la melancolía por lo orgánico y la ignorancia de lo democrático. O dea, que estamos como siempre: entre la sombra y la luz.

Lorenzo Cordero. Periodista.