Los aperturistas, de Lorenzo Cordero en La Voz de Asturias

El ojo del tigre

Hace un cuarto de siglo, cuando el dictador ya había realizado su viaje triunfal hacia el Tribunal de Dios y la Historia -el único que, al parecer, podía exigirle cuentas por su severa conducta con una gran parte del pueblo-, y cuando sus súbditos -los españoles que le sobrevivieron- aun no habían asimilado cabalmente la realidad de la situación en que quedaban, mezclándose los del miedo cerval al cambio con los de la euforia irreflexiva por aquella ausencia, a nadie se le ocurrió pensar que, transcurridas tres décadas más, aquel momento crucial en la vida de los españoles, convenientemente mitologizado, acabaría determinando de nuevo sus vidas. El franquismo -azote bíblico para unos y plácida paz para otros-, acababa de convertirse en un mito ideológico que continuaría marcando el ritmo de la vida nacional.

La épica histórica de la Transición -el fugaz viaje de la dictadura hacia la democracia- acabaría por continuar determinando el modelo de convivencia entre españoles: unos, los buenos, situados a la derecha del hombre providencial elegido para salvar a la Patria; otros, los malos, encadenados a su izquierda…

Los viejos métodos utilizados por la dictadura franquista fueron muy útiles para conseguir el desmantelamiento suave de la misma. En este sentido, ocurrió lo mismo que les pasó a los soviéticos cuando decidieron liquidar el sistema estalinista: usaron al estalinismo como método ideal para acabar con él mismo. Sin embargo, en el caso de la URSS hubo algunas voces que se pronunciaron planteando la necesidad de rechazar ese método para que el desmantelamiento del estalinismo fuera auténtico. La historia real del saneamiento ideológico llevado a cabo en la URSS -al final de un tiempo marcado por las dictaduras europeas: Italia, Alemania, España…- no se repitió en nuestro caso. No hubo ni una sola voz que cuestionara el método elegido para provocar el cambio lampedusiano de la dictadura de España.

Más de treinta años después de aquel mítico fenómeno político, conocido como la Transición, si alguien tuviera la osadía de decir que el régimen cívicomilitar del 18 de Julio había sido liquidado mediante el uso de métodos específicamente franquistas, lo más probable es que sobre él se desplomara toda la aparatosa tramoya política de aquel inolvidable sistema orgánico que sustentaba la bóveda del casticismo españolista.

No digamos lo que le hubiera ocurrido si, además, el osado crítico de la mitología de la Transición decidiera añadir que, para garantizar la autenticidad de ese cambio era necesario romper definitivamente con los métodos franquistas. La sombra de aquel personaje, que protagonizó la tragedia griega de la Guerra Civil, oscureció definitivamente el luminoso paisaje democrático que intentaba institucionalizar la República. Franco, en un momento concreto de la Historia Sagrada de España, había encandilado a la aristocracia agropecuaria; fascinado a la burguesía que creía que las espadas siempre son triunfos, y magnetizado a una masocracia cuya vocación consistía en ejercer funciones de burguesía… Ese esotérico magnetismo político aún no ha desaparecido del todo. Con lo cual, aquí se ha rizado el rizo de la Transición: franquismo y democracia se complementan.

No es verdad que la Transición significó la erradicación definitiva del Movimiento Nacional –Suma Ontológica de aquel régimen-, sino una dulce metamorfosis que le permitió sobrevivir frente a la democracia a medio cocer que nos han puesto sobre la mesa.

Treinta y cinco años -tres décadas y media- después de su ascensión al limbo de la Historia, el recuerdo de Franco sigue determinando las líneas maestras de aquello que sus ideólogos llamaron aperturismo; el cual no consistía en la sustitución del sistema franquista por otro antagónico. Lo dejó bien claro un ministro secretario general del Movimiento (José Utrera Molina) con un discurso sobre el desarrollo político, pronunciado ante el Consejo Nacional del Movimiento -vivero de aperturistas– al presentar un documento base sobre desarrollo político, el 22 de julio de 1974: “Hay un tema que está en todos los labios: apertura (…) Pero la apertura, para nosotros, no puede ser otra cosa que un proceso que culmine, al nivel del tiempo que hemos alcanzado, los ideales germinadores del 18 de julio de 1936 (…) La apertura, pues, ha de hacerse hacia adelante, desde nosotros mismos hacia el futuro…“.

En ese compromiso sigue trabajando don José María Aznar.

Lorenzo Cordero. Periodista.

Etiquetas: