La democracia vertical, de Lorenzo Cordero en La Voz de Asturias

El ojo del tigre

Esta democracia de arte y ensayo -inspirada por los mitólogos de la Transición- no fue una idea original de los libretistas que argumentaron la opereta del cambio político de aquel régimen que acaudillaba el general que la Divina Providencia había elegido para salvar a España de la masonería y el comunismo. En realidad, esta entretenida -y entretenedora- democracia de arte y ensayo se tramó utilizando las viejas trovas de la democracia orgánica, convenientemente restauradas. Se trata de un ingenioso instrumento político prácticamente idéntico al que, hasta entonces, habían utilizado los mantenedores de los retóricos juegos florales con los que el Reich español entretenía a los (supuestos) ciudadanos que habían sobrevivido al tsunami del 18 de julio de 1936.

Los viejos dogmas franquistas fueron hábilmente pulimentados para que se adaptaran al nuevo régimen que sustituiría a la antigua tragedia del Movimiento Nacional -representada hasta ese momento en el teatro español- con la moderna comedia costumbrista de una Monarquía reinventada. Para entender cómo funciona esta nueva democracia es imprescindible conocer a fondos sus antecedentes: los principios fundamentales de la democracia orgánica. Que tampoco fueron una idea original de aquel pertinaz general (ísimo), aunque no pueda negársele su condición de líder de la misma; si bien más orgánico que demócrata.

El autor intelectual de la teoría de la democracia orgánica fue Salvador de Madariaga, cuyas tesis políticas sobre la democracia empezaron a ocurrírsele después de haber leído La crisis del humanismo, una de las obras capitales de Ramiro de Maeztu, con quien Madariaga había iniciado la que sería una larga amistad durante la estancia de ambos en Inglaterra.

Enemigo irreconciliable del movimiento obrero -sobre todo, a partir de 1934- para este contradictorio personaje del retablo burgués republicano, la democracia debe discurrir apaciblemente por un cauce de libertades. “Fuera del marxismo y respetando la libertad individual aún en lo económico”. Añadiendo que, siendo así, “seamos demócratas. Si no, no”. Tenía una idea rigurosamente aristocrática de la condición de clase. Quizá, de ahí procedía su tendencia al verticalismo. Así como también las tesis orgánicas que desarrolló en su ensayo político Anarquía o jerarquía.

Sus contradicciones son parte de su biografía, sin las cuales probablemente no se entendería su personalidad. Fue embajador de la II República en Washington y París; diputado en las Cortes Constituyentes de 1931 por el ORGA -partido autonomista gallego de Santiago Casares Quiroga-; en las elecciones de 1933 no se presentaría porque quería dedicarse a la política con independencia de los partidos; lo cual, no le impidió aceptar la cartera de ministro de Instrucción Pública en el Gobierno que presidía Alejandro Lerroux. A Madariaga se le escuchaba decir, con cierta insistencia, que él era un “liberal de nacimiento”. Por consiguiente, un burgués republicano. Sobre todo, un elitista radical al que le molestaban las masas. Despreciaba a los obreros porque se empeñaban en luchar abiertamente por sus intereses. Por su derechos sociales y económicos.

Cuenta en sus memorias (Amanecer sin mediodía ) que conoció al general Franco por mediación de Ramón Prieto Bances. Los tres se reunieron en el comedor del Hotel Nacional (no podía ser menos) para almorzar y hablar de lo divino y humano. Según confirma, el general le había impresionado “por su inteligencia concreta y exacta“. Es decir, quedó impresionado por los aforismos del heroico militar… Unos días después, Madariaga le envió un ejemplar de su obra Anarquía o jerarquía. Libro que también leería Ramón Serrano Suñer, quien, después de aquella lectura -en un momento en el que el cuñadísimo atravesaba una profunda crisis ideológica, según su propia confesión- consiguió encontrar un nuevo camino. Aleluya.

Probablemente, el mismo camino que, después, tendrían que recorrer obligatoriamente los súbditos del general, para llegar a reunirse todos en el corporativismo político que, sin demasiado esfuerzo, se puede descubrir todavía hoy en esta democracia de arte y ensayo, cuyos cimientos son los mismos que los de la democracia orgánica. Aunque parezca mentira.

Lorenzo Cordero. Periodista.

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