EL OJO DEL TIGRE
El reciente fallecimiento de don Sergio Marqués, expresidente del Gobierno del Principado de Asturias durante el periodo 1995-1999 –el único Gobierno del PP en la autonomía asturiana desde la proclamación de esta democracia de representación y no de participación– devuelve a la actualidad autonómica un disparate político que puso en entredicho (injustamente) la honorabilidad del señor Marqués como persona y como personalidad con responsabilidades publicas, al mismo tiempo que provocaba una grave desestabilización en el poder de esta ambigua autonomía. Aquel suceso –contemplado, hoy, desde la distancia del tiempo transcurrido desde su inicio: catorce años- quizás fuera el prologo de la actual conflicto político, introducido de nuevo en esta sociedad por la misma razón que inspiro, en 1998, la boutade del mismo oligarca de la derecha representada por el PP. El expresidente Marqués fue victima de un sistema político oligárquico que no esta explícitamente reconocido pero que funciona perfectamente desde que el régimen de partido único –de inspiración totalitaria– fuese sustituido por el actual sistema dual de partidos, que bipolarizan el poder de esa alegría de la huerta que es la democracia española.
En el caso de la brutal envestida al Gobierno que presidía don Sergio Marqués, el poder oligárquico personalizado de su partido no solo destruyo arbitrariamente su personal carrera política, sino que, además, desequilibró la balanza democrática en la que, hasta ese momento, se ponderaban los diversos poderes políticos que intervenían en el proyecto de progreso democrático para esta comunidad autónoma. A partir de aquella boutade, el juego democrático que, teóricamente debería de ser plural, se quedó reducido a un simple acto de sumisión a los caprichos de unas oligarquías que –por mucho que juraran su sumisión a los principios democráticos– siguen conservando el viejo e histórico vicio del poder personal absoluto.
Así se remató el lamentable ataque al presidente del Gobierno del Principado en los años finales de los 90 del siglo pasado: difamándolo, expedientándolo y expulsándolo de su propio partido en el que militaba desde el principio del mismo; es decir, cuando todavía se llamaba Alianza Popular (1977), hasta su reconversión en lo que hoy es el Partido Popular (PP). El señor Marqués seria su vicepresidente en Asturias (1993-1995) para, después, asumir la responsabilidad de ser candidato de su partido a la Presidencia del Principado en las elecciones autonómicas de 1995, por deseo personal e imperativo del señor Alvarez-Cascos.
Las castas oligárquicas de los partidos, cuyos miembros se suceden así mismos, y cuando es imprescindible su propia supervivencia en los staff orgánicos, de vez en cuando suelen admitir en sus cotos privados a nuevos ejecutivos mediante unos métodos de selección muy restrictivos, primando especialmente la lealtad incondicional al personaje fundamental. El poder de la democracia española está sometido a estas castas; es decir, al poder personal de los oligarcas de los actuales partidos que como es bien sabido, son dos pero que, en la práctica del régimen dinástico español se comportan como si fueran uno solo.
Cuando el poder oligárquico hace imposible la practica de la democracia prometida (plural, participativa, partidaria del juego limpio…) solo queda tres opciones: a), resistirse contra la violencia dialéctica de los santones del partido; b), crear otro partido que, en realidad, nunca pasara de ser un pequeño club político para intentar sobrevivir; c), salir en busca de la sociedad civil para intentar reingresar en ella, cosa nada fácil puesto que la sociedad civil se ha diluido en el inmenso océano de los intereses personales, insolidarios, egoístas y frecuentemente egotistas. Esto ultimo, quizás como reflejo del egotismo que rezuma el poder oligárquico de los supuestos jefes políticos. El señor Marqués intentó la salida b). Fundó su propio partido: Unión Renovadora Asturias (URAS), con el que consiguió resistir la embestida brutal del oligarca obteniendo una minoritaria representación parlamentaria en la Junta General durante la legislatura 1999-2003. Luego se le apagó la voluntad de permanecer, contra viento y marea en la vida política activa, se refugió en un discreto escepticismo y optó por recuperar su profesión civil: la abogacía.
Pero todavía tuvo la oportunidad de contemplar, desde la distancia, el desarrollo del capitulo siguiente de su tiempo revuelto, iniciado hace casi tres lustros por un oligarca que prefería un partido sin gobierno que un gobierno sin partido. Curiosamente, la misma idea que tuvo –hace muchísimos años– un presidente norteamericano (Thomas Jefferson), pero en donde el oligarca defenestrador habla de partido, el histórico presidente norteamericano hablaba de periódicos.
Si el actual culebrón autonómico (made in PP) se prolonga un poco mas, es posible que el actual presidente en funciones de Asturias le aporte a la pequeña historia de Asturias, como el mismo suele decir, otro eslogan a la medida de sus intereses personales: Vale más un solo partido sin democracia, que una democracia con partidos. Por falta de ingenio retórico no se va a impedir que se prolongué el turbio problema creado en Asturias por el poder fáctico de los eternos oligarcas de la derecha posfranquista. Pero aquí no es retórica lo que se necesita, sino sentido común. Fair play y mucha democracia real.
Lorenzo Cordero. Periodista