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Simplicidad democratica, de Lorenzo Cordero en La Voz de Asturias

6 enero, 2010

El ojo del tigre

Si el miedo al paro y a la crisis económica no les permite a los españoles dormir con sosiego, tampoco los partidos y los políticos les ayudan a serenar sus inquietudes. Estas son, al parecer, las conclusiones más preocupantes que, al parecer, acabar de descubrir los investigadores del actual mercado de las ideas. Sondear a la opinión pública para, después, explicarle a ella misma cuáles son las causas de su desasosiego social, es algo que se ideó en la primera mitad del siglo XX. Concretamente, en 1936, por un norteamericano llamado George Gallup, quien, posteriormente, fundaría el famoso Instituto Gallup. A partir de entonces, los sondeos públicos son las matemáticas del poder político. Pero no como ciencia exacta, sino como mera hipótesis coyuntural.

Cuenta Eric Hobsbawn, en su Historia del siglo XX, que, en 1939, a la pregunta de quién preferirían que fuera el vencedor en el caso de una guerra entre la Alemania de Hitler y la URSS de Stalin, el 83 por ciento de los norteamericanos respondieron que los soviéticos; tan solo un 17 por ciento optó por la victoria nazi. Este es un buen ejemplo para empezar a dudar del valor de las encuestas cuando son utilizadas como elementos básicos para apoyar determinadas apuestas políticas como resoluciones definitivas. Sin embargo, setenta y cuatro años después, los sondeos, las encuestas y los cálculos porcentuales -a pesar de su relatividad- son instrumentos indispensables para que el poder político justifique sus decisiones. Incluso, sus errores…

Así como en la llamada burbuja inmobiliaria está el origen de la llamada crisis económica que arrasa al mundo occidental, en este santo país -que, curiosamente, es en el que moraba el gran Centinela de Occidente– el pánico social que genera la desconfianza en los políticos y en los partidos, es la consecuencia de la explosión de otra fabulosa burbuja : la de la democracia inorgánica .

Después de cuarenta años de celosa pedagogía antidemocrática, es imposible -y, además, increíble- que la cultura democrática haya conseguido imponer sus principios de la noche a la mañana. Y mucho menos cuando se trata de un país en el que el instinto político supera a la inteligencia analítica. Los sondeos sirven para alimentar ese instinto; pero los análisis serenos y bien ponderados no les sirven a quienes siempre tienen prisa. Las prisas de los políticos son la causa de que en este país no haya anidado la reflexión política. Y esta ausencia se nota mucho y cada vez se hace más necesaria. Con lo cual, el lenguaje político es cada vez más simple.

Aquí, los políticos se han pasado las tres últimas décadas simplificándolo todo: la historia, la democracia, el poder, la ciudadanía… A la historia, para dejarla reducida a un increíble cuento de hadas; a la democracia, para disminuirla hasta confundirla con un trámite burocrático; al poder, para ejercerlo como siempre: de arriba a abajo; a la ciudadanía, para utilizarla como un coro…

A punto de concluir la primera década del siglo XXI, nos damos cuenta de que casi estamos en el mismo sitio en el que estábamos -o en el que nos tenían atrapados- en 1976: entre la melancolía por lo orgánico y la ignorancia de lo democrático. O dea, que estamos como siempre: entre la sombra y la luz.

Lorenzo Cordero. Periodista.